Como sabréis, el pasado 7 de enero tuvo lugar, en Beverly Hills (California), la 75ª edición de los Globos de Oro. La ceremonia se caracterizó por la protesta contra el acoso sexual que han venido denunciando diversas actrices en los últimos meses desde el caso Harvey Weinstein. No solo fueron las proclamas y los discursos, sino que la gran mayoría de los asistentes vistió de riguroso negro para la ocasión. Y si esto fue algo extraordinario, lo que cumplió con todas las predicciones fue la nueva derrota de Game of Thrones. Esta vez, la serie de HBO cayó frente a la distopía narrada en The Handmaid’s Tale, adaptación de la obra de mismo nombre de Margaret Atwood. El premio para la ficción no pudo desarrollarse en un mejor contexto, ya que tanto la gala en cuestión como la obra comparten una importante reivindicación feminista.

Se da la paradoja de que la serie más premiada de la historia en los Premios Emmy, sin embargo, solo ha conseguido una estatuilla en la conocida como antesala de los Oscar. A pesar de que solamente dos de las temporadas de la serie (la segunda y la tercera) no han sido nominadas a Mejor Serie Dramática, Game of Thrones solo cuenta en su haber el premio a Mejor Actor de Reparto de Serie, Miniserie o Telefilm. Tal reconocimiento, que tuvo lugar en 2012, fue para Peter Dinklage. El resultado de este certamen es el pretexto perfecto para el debate que queremos proponeros hoy.

Como decimos en el titular, a Game of Thrones se le sigue resistiendo el Globo de Oro. Lo que no decimos ahí es que nos alegramos por ello. La séptima temporada de la ficción de HBO sobresalió en lo técnico, fue el fenómeno televisivo del verano y batió todos los récords de la productora norteamericana. Es cierto. Pero los problemas del show fueron patentes, sobre todo en aspectos tales como la coherencia interna de la trama, el desarrollo del guión o las actuaciones. Si queréis hacer memoria, siempre podéis echar un vistazo a las impresiones de nuestros leales o a las de @Gonzalo Greyjoy en su Sacerdote Ahogado al Habla. Y, huelga decirlo, no hubo ninguna directriz desde la administración de esta comunidad para que las reseñas fueran como fueron.

Ahora bien, ¿quiere decir esto que Game of Thrones es una serie que debe pasar a la historia sin un Globo de Oro? Por lo visto en las últimas temporadas y si solo valorásemos lo que vemos a través de la pantalla, es complicado no responder afirmativamente a esa cuestión.

La serie ha dejado en ocasiones de lado la coherencia para premiar el efectismo. De hecho, eso ha llegado a provocar que los problemas argumentales sean cada vez mayores. Muchos de los grandes enigmas cuya resolución ha mantenido —y, en ocasiones, sigue manteniendo— en vilo a millones de seguidores se han resuelto de forma pobre, en las antípodas de la dinámica que se seguía durante las primeras temporadas. Por supuesto, los lectores no son la parte más representativa del público de la ficción, pero sí es significativo que una buena parte de ellos —Elio García y Linda Antonsson entre ellos— no encuentren posibilidad alguna de que Martin pueda alcanzar las mismas soluciones. El ejemplo más claro, sin duda, es el particular R+L=J que nos ha brindado la séptima temporada de Game of Thrones. Pero los problemas no solo se observan en lo que concierne a la calidad de la adaptación. La propia trama, cuando es necesario, avanza a golpe de deux ex machina o, todavía peor, con resoluciones que tienen sentido para los espectadores, pero que no son coherentes con el proceder de los personajes en la ficción. No hace falta que nos remontemos mucho: ¿qué hubiera hecho el Rey de la Noche al llegar al Muro sin un dragón?

Si molar, mola un pegote; pero…

No obstante, también es verdad que Game of Thrones no es solo una serie de televisión. Su impacto en la cultura popular es innegable. Con el permiso de Breaking Bad, que finalizó en 2013 y, teniendo en cuenta las fechas de inicio (2011) y fin de la ficción (2019), podemos considerar la adaptación de Canción de Hielo y Fuego como el fenómeno televisivo de la década. En internet, el nombre completo o sus siglas, bien o mal escrito, en inglés o en cualquier idioma, es un anzuelo que genera tráfico y visitas a mansalva. Incluso en los medios tradicionales podemos hacer un seguimiento casi diario del discurrir de la serie cuando esta no está en el aire. Prácticamente a diario encontramos a uno u otro periódico hablando de ella, bien para compartir alguna pequeña noticia del rodaje, bien para aprovechar su tirón y hablar de cualquier otra cosa. Además, en una época en la que imperan las remasterizaciones y los reinicios en las grandes producciones audiovisuales, Poniente parece estar cerca de consolidarse entre esos grandes clásicos a los que siempre sale rentable retornar. De hecho, su seguimiento es tal que HBO ya ha encargado diversos proyectos anexos a la serie para continuar exprimiendo el mundo creado por George R. R. Martin. ¿Es descabellado premiar a Game of Thrones con un Globo de Oro por todo ello?

Desde nuestro punto de vista, no, en absoluto. Más todavía cuando series como Lost consiguieron ganarlo. Más todavía si, pensando en la serie como en un todo, tenemos en cuenta que, si bien de forma irregular, ha rozado la excelencia en muchos aspectos. Ha gozado de unos guiones realmente profundos en ocasiones, ha llevado el cine a la pequeña pantalla, con una inversión técnica jamás vista en la televisión y direcciones rayanas en el desempeño del séptimo arte; ha deparado algunos de los momentos que pasarán a la historia de la televisión, ha contado con grandísimos actores y ha proyectado a otros noveles al estrellato mundial, ha creado una legión de fanáticos y de memes, de virales y coletillas y, en definitiva, ha sumergido a varias generaciones en un mundo apasionante, ayudando a conocer la espectacular obra de George R. R. Martin. Más, incluso, si pensamos que los Globos de Oro se crearon en 1943 precisamente para galardonar los grandes avances de la industria. Y, para bien o para mal, Game of Thrones supone algo nunca visto en la televisión.

Por supuesto, queda todavía mucho tiempo para que Game of Thrones pueda ganar un Globo de Oro (acabamos de empezar 2018 y lo haría en 2020) y, en efecto, todavía falta una temporada por emitirse. Sin embargo, visto el cariz que ha tomado la serie desde hace unos años, no es complicado anticipar lo que se viene. Los últimos seis capítulos, con las grandes batallas que quedan por librar, parecen augurar que Game of Thrones no va a abandonar la senda del virtuosismo técnico y el impacto audiovisual para volver al decorado de cartón-piedra que era creíble y sostenido por el sólido melodrama que contaba. Pero con indiferencia de la calidad de la última temporada, la cuestión está ahí; ya que lo que nos plateamos es, sin embargo, hasta qué punto el fenómeno, la fiebre de la última década generada por Game of Thrones, debe ser premiada o no.

Como es costumbre, la última palabra es vuestra:

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